domingo, 24 de junio de 2007

Diario de a bordo (continuación)

A los pocos días de hacernos a la mar, el grumete nº 13 desde el palo mayor alertó de la presencia en el horizonte de un barco pirata: "'¡alarma, alarma... piratas!"
Tras ver por el catalejo el Contramaestre y yo a la capitana corsaria de larga cabellera rubia en el puente de la nave, tranquilizamos a la tripulación: " tranquilos, son amigos..."
Se trataba del barco del "Gipn-tonic", con cuya tripulación habiamos tenido meses antes, algunos contactos en tierra. Nos habíamos juntado alguna vez con su capitana, en la agradable taberna con olor a café de la ciudad de Dakar. Habiamos conveniado, SIN FIRMAR ningún documento, que ambas embarcaciones atacariamos, POR SEPARADO el castillo del Moral, eso sí, el mismo día. Pero creíamos haberle dejado bien claro a aquella infatigable mujer que, si bien lo haríamos al unísono, cada bando abordaría el asalto por una cara distinta del castillo. Era lo acordado. Cada uno con sus armas y con sus propias arengas, marchas y tonadillas de combate.
Algunos días después de nuestras conversaciones con la rubia bucanera,nuestros espías no habían alertado de que andaba diciendo por toda la isla que atacariamos juntos el castillo, con el fin de reclutar apoyos de gentes que tenían pensado ayudarnos a nosostros en el asalto. Al parecer les contaba que habíamos sellado un pacto de sangre, en virtud del cual asaltariamos la fortaleza todos revueltos, por la misma cara de las murallas y con las mismas canciones y marchas.
Por eso tuvimos que volver a encontrarnos con ella,antes de echarnos a la mar, para dejarle bien claro que, aunque el objetivo fuese común, cada tripulación utilizariámos nuestras armas y que no queriamos ningún "totus revolotum".
Con el tiempo descubriríamos que de nada sirvió nuestra advertencia, pues aquella filibustera, seguía diciendo que gobernaríamos juntos aquel castillo, tras el asalto. Esto confundía mucho a la población, que, aunque todos coincidían en querer librarse del Señor de la fortaleza, otro viejo bucanero, también con pata de palo y un garfio de duro acero en su mano derecha, empezó a no tener muy claro, a quien apoyar en aquella aventura, para sacudirse el yugo del temido corsario, apodado "el can" y de quien contaban que mandó cortar unas decenas de árboles de la isla, para hacerse una pata nueva.