viernes, 30 de abril de 2010

25 aniversario del Hospital

Se dice pronto, veinticinco años ya desde que abrió el Hospital Comarcal "Campo Arañuelo". Un cuarto de siglo, más de media vida. La mayoría éramos unos pimpollos.

Para un practicante de pueblo chico, llegar al flamante y recién estrenado hospital y que le mandasen a Pediatría, a la Pediatría de entonces, en la que se realizaban hasta exsangino transfusiones a los neonatos con incompatibilidad de Rh, era muy fuerte.

A algunos se nos cayeron los palos del sombrajo. Madre ¡que miedo!, que cosas más chicas eran aquellos neonatos. Y que manejo, sin desmerecer a los compañeros y compañeras de hogaño. Había que ver a Quique, el pediatra asturiano, marido de Mari Paz, la farmacéutica del Centro, a los que no se les borraba la sonrisa de la boca en todo el día, con un ducados negro colgando siempre de la comisura de los labios, que infinidad de veces teníamos que advertirle: “que llevas el cigarro en la boca”, “cago me en la puta” y lo tiraba antes de entrar al box de neonatos para extraer la muestra de sangre del enano de la incubadora y llevarla personalmente al laboratorio. Después se esperaba al lado de la enfermera, haciéndole sentir su aliento en el cogote, hasta que el Hitachi daba los resultados. ¡Que tiempos!

¿Y las fiestuquis de despedida?, cada vez que un compañero o compañera (casi siempre compañera) terminaba uno de los muchos contratos que había porque le ocupaban la plaza en propiedad o simplemente se le acababa la sustitución que estuviese haciendo, ¡zás! ¡fiesta!. Terminábamos todos en el “Por ahí”, sin parar de bailar, con Eduardo el Radiólogo y Jorge Reig de disc-jockey’s. Cualquier excusa era buena para irnos de fiesta, y si no, practicábamos los jueves sociales ¡ menudo ambiente!. Al final de la noche, churros en el Halcón, ducha y a trabajar. Y en el caso de los Supervisores hasta las cinco de la tarde, parando de dos a tres, para comer por veinte duros en el comedor del personal, escuchando a Joaquín López Álvarez, que al poco fue director del Hospital, decir: “me cago en la ostia, otra vez pollo, ¡ nos van a crecer las tetas!”.

Y lo bueno era que, a la vez de todo eso, lo mismo se operaba una apendicitis que un pulmón o se sacaba para adelante a un bebé de 2 kilos, siete meses de gestación y amarillo como un canario.

Parece que estoy viendo a mi Rocío, con su bata minifaldera, corriendo por la planta, de acá para allá, ora le cambio el gotero al 202-1, ora le saco sangre al 203-2, ora le hago las pruebas metabólicas al enano de la incubadora, ora le damos de comer a Ismael, el de las enormes orejas que estaba ingresado simplemente por que no comía y mientras tanto le hago un claping a Holguita, que se asfixiaba con frecuencia.

¡Éramos jóvenes!